Para entender la historia, síguela en orden

10 diciembre 2008

4.El Sexo Mandamiento

Unos diez días más tarde más o menos, sobre la misma hora, Enora abrió la puerta de mi habitación con una sonrisa:

-Ena, cariño, ya acabarás eso más tarde. Ven, sal.

- ¿Ya puedo salir?

-Mira quién ha venido a verte.

-Hola mi princesita. He traído un regalo muy especial para ti. ¿Quieres verlo?

-¿Un regalo? ¿Para mí?...-Los dos conceptos juntos, “regalo” y “yo”, eran algo extraordinario a lo que nadie me había acostumbrado nunca -… ¿Por qué?

Soltó una carcajada a ver mi cara de sorpresa y sacó de su bolsillo una cadena de oro con un pequeño colgante.

-…Porqué has sido muy buena, porqué eres una mujercita especial y dulce, porqué te lo mereces. –Me colocó el collar desde la espalda-¿Te aprieta?

-No.

-Vamos a buscar un espejo.

Me sujetó de los hombros y me acompañó hasta el recibidor donde Enora nos observaba con una simpatía insultante.

-Aquí hay más luz, que se mire en este –Nos dijo señalando la pared de la entrada.

Y ahí estaba yo reflejada, con Mario sujetándome de los hombros con ternura y mi madre a su lado, todos mirando mi primer regalo como algo muy especial.

-¿Te gusta? –Asentí con la cabeza -Perfecto. –Me besó en la mejilla- Ahora eres mi princesita especial, no te lo podrás sacar nunca ¿entendido?

-Entendido. ¡Gracias!.

-Ven aquí – Me dijo volviéndose a reír y abrazándome fuertemente.

Le devolví el abrazo, con un ojo puesto en aquel reflejo que podría haberse enmarcado como cualquier fotografía de familia feliz. Por un momento, mi vida tenía sentido, por unos segundos, llegué a creerme lo que mis ojos veían. Yo abrazada con ternura, estrechada y protegida y mi madre sonriendo acariciándome la cabeza, como quién está orgulloso de algo conseguido.

-¡Gracias Mario!- Le grité. Por el regalo, por llamarme princesita, por decirme que era alguien especial, por el abrazo, por el beso en la mejilla, por la sonrisa de mi madre, por el reflejo del espejo que fue la imagen de mi misma, de mi vida, más bonita que nadie me había regalado hasta aquel momento.

Entonces él se separó del abrazo y me pellizcó la nariz con simpatía.

-¿Mario?... Princesita, aquí soy dios, que no se te vuelva a olvidar. Enora… -Dijo mirando a mi madre.

-Sí, sí, lo sabe, no volverá a equivocarse. ¿Verdad Ena?