Para entender la historia, síguela en orden

07 enero 2009

5.El Sexo Mandamiento

Dios me cogió de la mano, acompañándome al dormitorio de mi madre con ella:

-Tienes que estar relajada, relájate, sólo vamos a jugar. Quédate quieta y pásatelo bien. Es fácil...-Me acarició con sus dedos la barbilla- …Hoy dejaré que mires hacia donde quieras pero, y no puedes olvidarlo nunca porque me enfadaría mucho, si cierras los ojos aunque sólo sea para parpadear más de un segundo, el día que sea, sabré que deseas jugar conmigo y cambiarán las normas. ¿Lo has entendido verdad, mi princesa?

-…No…- Susurré.

-Lo entenderás muy rápido, eres demasiado lista.

Me besó largamente en la frente, muy suave, con sus dos pulgares en mis mejillas. Le ardían los labios, tengo aquella sensación de contraste marcada en mi frente, helada.

Se desvistió en el otro lado de la cama, donde le esperaba Enora sin collares de piel roja con cadenas. Vestida con la misma bata de botones con la que se me mostró en aquel reflejo traicionero de minutos antes. Sencilla, radiante.

Quería que me mirara, suplicarle, sólo pensaba en una palabra: mama…mama… Pero no era capaz de hablar, ni de llorar, ni de moverme. Mis piernas temblaban sólo de pensar en cometer errores, en hacer algo mal, malo, que me ganara el castigo de su desprecio.

Vi cómo Mario la besaba y la desvestía, con la misma dulzura de su beso ardiendo en mi frente. Mi mirada se perdía entre el estampado de las sábanas y sus ojos, que no dejaban de mirarme fijamente en ningún momento, o eso me pareció.

Enora arqueaba el cuerpo cuando su lengua le pasaba por los pechos, perdiéndose hacia su vientre y entrepierna.

…Estampado, flores, almohada, armario, puerta, ventana…Ventana…

-Ena, mírame…

Detrás de la ventana, una persiana, detrás de la persiana aire, cielo, pájaros…Volar…Volar…

-Ena, mírame…Te quiero…

“Te quiero”… Y mis ojos se cruzaron con los suyos directamente. Ya no había en mi mente números ni estampados, ni recomposiciones del paisaje de aquella ventana ni del dormitorio.

Me sonrió y ya no besó más a Enora. Mantuvo su sonrisa pegada a mis ojos y su “te quiero” pegado a mi cuerpo.

-Te quiero…Sí…Ena…Ena mi reina, serás mi reina, princesita...Mírame, no dejes de mirarme. …Te quiero…

Se apartó de mi madre y volteó su cuerpo entero hacia mí, de rodillas sobre la cama. Su mirada seguía manteniendo la mía estática mientras su mano sacudía su pene erecto.

-Arrodíllate.

No me cuestioné nada en ese momento y me arrodillé ante la cama, ante un dios al que se le descomponía el gesto mirándome, adorándome, mostrándome el paraíso que un día reinaría junto a él. Un paraíso de luces tenues y olor a sudor y semen, creado sólo para mí.