Para entender la historia, síguela en orden

28 enero 2009

8.El Sexo Mandamiento

Llegamos tarde. Sor Encarna nos divisa desde la puerta llaves en mano. Nos hace señas para darnos prisa. “Corre que cierra” dice mi madre sacudiéndome del brazo. Tres metros antes de llegar a la puerta se detiene:

-Espero que des lo mejor de ti. ¿Me entiendes?

-Siempre estoy atenta, mamá.

-Ya lo sé estúpida, no me refiero a eso. ¿Hoy tienes clase con él?

-…Sí…Después del recreo.

-Perfecto. No salgas al patio a jugar. Siempre te acabas despeinando. ¿Y el collar?! ¿No te lo habrás sacado?!

-…No.

-Escúchame bien pequeño gusano: Cuando veas que te mira, tócate el collar, juega con la cadena.

-… ¿No basta con llevarlo, mamá?

-Como no hagas lo que te digo Ena, vas a saber quién es tu madre…

Me dejó ir con la sonrisa de Sor Encarna, rechoncha y de piel fina, en el momento que sonaba el timbre:

-¡No hagas enfadar a los profesores, pórtate bien cariño! –Gritó sonriendo para que se la escuchase, encantadora.

-Vengaaaaaa, que eres la última…. ¡Andando!

Me la quedé mirando devolviéndole la sonrisa rechoncha con la que me increpaba a espabilar. Una sonrisa que salía de mi cara con la única motivación de que entendiera mi amargura.

-¡Va Ena! Que te anotarán retraso. ¡Corre!

El ruido de las llaves cerrando la puerta metálica resonó en mi cabeza llenándola de migraña. Pestillos, cerraduras… El corredor de las aulas estaba vacío, lleno de puertas cerradas. Nunca antes encontrarme en él me había asustado. Tenía miedo.

Mi único refugio, la única realidad donde Ena era una niña normal y valorada había desaparecido. Enora me lo había robado. Lo había destruido con su maldad. “¿Por qué?... “

En ese trayecto de silencio hacia la clase comencé a plantearme que tal vez Enora, no me quería. Mi vida, el único amor que tenía en el mundo había destruido el poco que yo poseía. “¿Qué me queda?... ¿Qué me queda?”…

Noté como la sangre me hervía explotándome en las mejillas. Un dolor en el pecho, presionaba cortando la respiración. Corrí hacia los baños tirando la mochila al suelo. Por fin era capaz de correr hacia algún sitio. Me encerré en la primera puerta abierta que encontré y comencé a gemir, apretando los dientes hasta el dolor. Tensionando el cuerpo para que explotara. ¡Quiero gritar y no puedo!¡No puedo!... Me golpeo, con los puños cerrados.”¿Es lo que quieres mamá?” pensé entre gemidos incapaces de expresar el grito. ...”¡¿Por qué no grito?!!”.... Me quiero morder, dañar, y sigo golpeando mi estómago, mi cara, como Enora me enseñó: Odiándome…

25 enero 2009

7.El Sexo Mandamiento

Me levantó del suelo por los hombros:

-No llores, lo has hecho muy bien. Ven, vamos. –Dijo imperativo

Enora estaba arrodillada con una expresión claramente desafiante. Me pidió el perdón forzado y Mario me soltó.

Salí corriendo apabullada hacia mi habitación saltando a la cama. Sabía que me tocaba esperar; y esperé, a que las lágrimas se secaran, a despertarme de la propia vida y perderme en un sueño del que no volver…A l castigo de mi madre, que con la mirada en su perdón me lo ordenó sin necesidad de palabras.

Escuché cómo entre susurros Enora despedía a Mario en el recibidor.

Las entradas y salidas de casa siempre eran silenciosas, furtivas. Todo debía ser silencio y calma mientras el pestillo estuviera corrido en mi puerta. Pero esa vez mi dormitorio estaba abierto. Abierto a una parte del mundo de Enora que no debí descubrir ni conocer.

Sólo cerrar la puerta de la calle, cruzó la mía. Noté su presencia a pesar de seguir cubierta por la colcha y oculta bajo la almohada. Tuve el tiempo justo de contraer el cuerpo con fuerza antes de recibir sus golpes. (Es curioso como el reflejo de esconderse bajo los brazos perdura a lo largo de la vida, aun cuando deja de tener sentido…) No sé con qué me golpeó, ya no importa.

La mañana siguiente fue como cualquier otra: Enora se viste de madre, me guarda un bocadillo en la mochila, se enfada si no me tomo la leche y antes del abrigo, me peina largo rato unas trenzas enlazadas.

El camino a la escuela fue el más largo de mi vida. Cogida de su mano estricta marcando el paso un metro por delante de mí. ...Me pesa el cuerpo, los párpados, el alma. Sé que ando porqué veo mis zapatos en movimiento pero, no siento el cuerpo como algo mío… ¿Es lo que se siente al morir?

11 enero 2009

6.El Sexo Mandamiento

Enora comenzó a reírse, fuerte, abiertamente como nunca la había visto reírse antes. Tenía una expresión rara, distinta, incluso diría que relajada:

-Si eres más puta que yo...- Me dijo mientras seguía riendo sobre la cama.

Yo permanecía arrodillada, absorta, sin saber qué debía hacer o decir en aquel momento, bloqueada. Creo que mis ojos aterrados e interrogantes, le producían más risa aun.

Volví a mi cuerpo con el tortazo furioso y seco que le paró la carcajada de golpe, tirándola al suelo como un saco de huesos y carne mal envuelto:

-¡MAMAAAÁ!- Exclamé para mis adentros, traduciéndolo en una ridícula onomatopeya parecida al hipo.

-Aquí sólo hay una puta y el nombre te viene grande. –Murmuró Mario con desprecio después de golpearla.

-Cabrón, después de todo lo que te he consentido…

-¡¡A dios no se le consiente!! ¡¡¡Arrodíllate perra y pídenos perdón!!!!

-No, no, no pasa nada…- Balbuceé corriendo hacia Enora sin fuerza en la voz.

En aquel momento mi madre me empujó apartándome de ella, como si hubiese sido yo la que le hubiera golpeado. Me quedé sentada en el suelo, llorando de amargura sin saber hacia dónde salir huyendo, esperando que la voz volviera a mí y poder gritar mientras Mario, seguía exigiéndole con violencia a Enora un perdón que yo no creía merecer.